viernes, 8 de marzo de 2024

Sueño melancólico

Hoy he soñado contigo
Que volvías y decías que sentías que habías perdido los días sin mí
Q podías vivir sin mí pero no querías
Y me dabas uno d esos abrazos que me reconstruían entre tanto caos como la vez en aquella escalera del edificio amarillo tan bonito que nos cultivó no solo el amor.

Menos mal que fue un sueño
Porque sé que eres demasiado orgulloso para venir a buscarme
O, simplemente, te has dado cuenta que vives mejor sin mí

Sin embargo, sigo dejando todas las noches abierta esa ventana, en mi cuarto, en mi vida, en mi corazón.
Por si simplemente decides llamar y visitarme.
Aunque siga siendo en mis sueños

Mientras tanto, seguiré enamorándome de la vida para desenamorarme de ti

martes, 5 de marzo de 2024

El trompetista de Jazz y la profesora de francés

El último retoque antes de salir de casa. El pelo alisado con tanto mimos por unas manos que siempre fueron casa que noto como si me abrazase cada vez que me roza las mejillas. Enfundada en mi gorra llego a la sala. Entro donde las luces parecen más tenues, con un humo que lo disipa y oculta todo.

Recuerdo sentir el olor del sudor del trompetista cuando salió en su chaqueta de pana de tonalidades verdosas. Su acento marcado indicaba perfectamente de dónde había mamado las palabras y las notas en su vida. La saliva en su instrumento adquiria tonalidades y se entremezclaba con el jazz que sus dedos provocaban al tocarlo.

Me dejo ensordecer por el sonido y llego a tal estado de calma que a veces siento que me quedo aletargada mientras pasa las notas, la música y el tiempo.

Días más tardes este pensamiento me aflora al hablar en consulta con una señora arreglada que espera tranquila. Por sus preguntas intuyo que fue en algún tiempo profesora. Lo confirma diciendo que vivió cerca de Bretaña impartiendo lengua francófona de nuestros vecinos.

Saboreo mientras espero en la consulta cómo mi vida hubiera sido si viviese como filóloga en un pueblo de la campiña francesa. Sin embargo, algo dentro de mí me dice que lo haré, de otra forma y cuando me encuentre y fusione con mi reflejo. En ese punto en el que sienta que puedo abrazarme como últimamente hago, ya que ahora no tengo alguien que lo haga en la noche. 

Acabé un libro que reflexionaba acerca de todo lo que nos perdemos queriendo huir y focalizarnos, que debiamos apreciarnos y mimetizarnos con el entorno. Me vuelve a salir la palabra saborear, y aquí estoy saboreando el aire, las vivencias, las pupilas de la gente cuando te mira y sus pestañas. Las risas, las comidas, mi cuerpo al andar, mis pies cuando pisan, también el silencio. Todo lo que realmente forma parte de la vida y que yo he silenciado queriendo hacer una carrera de fondo, aún cuando iba en sentido contrario al tesoro en el que estaba anquilosado mi corazón, como metido en una jaula sin candado pero buscando la llave.

El alcohol escuece pero se cura mejor con cada palabra de cariño, mirada de ánimo y mi sonrisa al espejo al mirarme. 

El trompetista seguro que tuvo una vida en NY de derroches y excesos entre los garitos de la zona, seguro que la profesora en Bretaña enseñó el idioma y se enamoró de los labios de otro que lo hablaba, cuánto...
Cuánto daría por empezar la mía en un pueblo en la naturaleza alejada de todo y a la vez de nada. Aprender a amarme en soledad. Romantizar esa ausencia que realmente noto que es presencia de muchas más cosas que las que nos han vendido malamente (tra tra). Es un proceso tan de reconstruirse que nunca pensé que la frase que me persigue desde los 13 fuese tan sentenciante:

Necesito perderme (un rato sola) para encontrarme

domingo, 18 de febrero de 2024

Lavandería

Me despierto con la cama fría. Paso por el espejo y mi reflejo me sigue, escrutándome con ese cariño que solo alguien entiende cuando falta el de otra persona.
Me embuto en un abrigo que a pesar de ser nuevo ha tenido tiempos mejores y bajo a la calle.
En una bolsa entre tanta ropa sucia llevo también mis penas, mis fracasos por intentar que todo aquello funcionase, pero se entremezclan con todas las manchas de mi ropa y de mi vida.

Llego a la lavandería por primera vez y siento que llevo ahí varios meses. El vaivén de la ropa dentro de los tambores me recuerda a mi vida, siempre con remolinos, altibajos y nunca estable. 

Medito, mientras meto mi ropa, cómo hubiera sido si no me hubiera cruzado con otras personas en esta travesía en la que llevo ya 26 años. 

La vida es tan sencilla como ver pasar el tiempo mientras la ropa se lava, que por más que la gente me dice que no la complique, sigo buscando las razones de haber llegado a este punto. Ojalá pudiese meterme yo en una lavadora y desaparecer como los calcetines al final del lavado.
El móvil me arde con mensajes de ánimo, de que esto también pasará pero cuando un mensaje ya (prácticamente) inesperado llega, las mariposas parecen revivir pidiendo que no las ahogue, que las deje aflorar...Y mi alma vuelve a partirse al ver la cruda realidad.
Sin embargo, una parte pequeña de mí me grita (desde un recodo de mi orgullo) que nunca seré tan joven como hoy y que mañana estaré mejor. El pitido de desbloqueo me saca del trance. Recojo mi ropa y ya no huele a una vida pasada, tampoco sé si así huele el futuro y la esperanza. La guardo con el mimo que echo de menos muchos días y noches y me atormenta los ojos.

Inevitablemente, 30 minutos dan mucho para pensar. Salgo de la lavandería como atontada, puse un programa de centrifugado en este tiempo demasiado rápido y mi cuerpo me pide un poco de calma. Mi corazón se lavó varias veces pero todavía siento que me tocará lavarle muchas más hasta que consiga secarlo... Al menos, mi ropa limpia podrá aliviar mi alma en esa espera.